martes, 13 de septiembre de 2016
LA ULTIMA LECCION DEL MAESTRO ESPLÁ
Creíamos que LUIS FRANCISCO ESPLA no volvería a los ruedos después de su despedida definitiva del toreo en 2009. Su relación con el toro había muerto y se refugió en su faceta de artista pictórico. Según sus propias palabras, quería enterrar su larga etapa como matador de toros de más de treinta años. Y a fé que lo hizo. Ni festivales ni tentaderos ni apariciones públicas.
Pero esta primavera le ofrecieron crear el dibujo que engalanaría el ruedo del coliseo de Arles para su tradicional goyesca septembrina. Aceptó hacerse cargo del trabajo en su faceta de escenógrafo y artista gráfico. Pero Juan Bautista, empresario, torero local y actuante en esa corrida le puso la muleta..y le dijo que faltaba que la torease él. Se lo pensó. Del rescoldo casi apagado del gusanillo surgió el calor suficiente para aceptar el reto.
Y así llegó el 10 de septiembre. Esplá cruzó el albero blanquecino de Arles encabezando el cartel junto a Morante y Bautista. Pisando el magnífico dibujo creado por él en el que se fusionaban el toro, Goya y el azul camargués. Una bonita reunión de motivos artísticos pintado por el bravo personal de plaza que trabajó muy duro sobre el genial diseño del maestro de Alicante. Enhorabuena a ellos también.
Lucía el coliseo pletórico y hermoso.
Esplá no vino a pasearse ni a pasar la tarde. Su conciencia no le dejaba hacerlo. Había venido preparado para estar bien. Figura enfibrada como en los mejores tiempos.
Desplegó su tauromaquia aunque no puso banderillas. Los detalles en su primero tuvieron sabores añejos. Suavidad en las muñecas y en muletazos diestros templados y cortitos. Los faroles clásicos de su repertorio adornaron las series. Los de pecho largos. Remates y cambios de mano con el sello Esplá. Una oreja le dieron tras estoquear hábil.
El cuarto fue un toro bravo y encastado. Se movió con bríos. Había que estar delante. Pesaba la embestida por el motor del Zalduendo. Esplá quiso ponerse. Y tragó arreones y embestidas pesadas con quietud y bragueta. Y surgieron series largas a diestras y al natural con torería y empaque. La solera de los años. Remates floridos afarolados y algunos por bajo. Daba gusto ver al maestro salir de la cara del toro con esa majeza y torería que él solo posee. En las postrimerías del trasteo en una arrancada hacia los adentros el toro le sorprendió con la muleta retrasada y le pegó un volteretón de órdago con pisotones y cabezazos incluidos, ya en el suelo. Se levantó; con una brecha en la cara y una paliza considerable, como un resorte pidió la muleta para cerrar la faena y entregarse en la estocada ejecutada con un par.
Otra oreja que sumaban dos y que le permitieron salir en hombros de compañeros y aficionados en una apoteosis feliz.
La raza de Esplá en estado puro. Esa raza que fue el motor de su carrera para matar decenas de corridas de Victorino, de Miura y de todo lo duro que hubiera por las ferias.
Ser maestro del toreo no es nada fácil. Esplá lo fue durante toda su vida y lo sigue siendo con sus sesenta años que parecen cuarenta.
El sentido de las distancias, la colocación , los terrenos, la inteligencia, la creatividad y la técnica unidos a la raza y a la gracia torera nos dieron un torero irrepetible que el sábado, vestido impecablemente de goyesco, dictó su última lección torera.
Gracias maestro, podrá dormir tranquilo con su conciencia porque no ha defraudado ni al toreo ni a la afición ni a usted mismo. Larga vida al maestro Esplá!
No puedo estar más de acuerdo, con tan magnífico artículo, ole ole y ole por ésa gran pluma.
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