Tenia que ser. Ya tocaba. Se veía venir. Ya era hora. Diego Urdiales llegó a Madrid y Madrid le esperaba con fe y esperanza.
Y surgió la tarde perfecta. La comunión de un público anhelante de ver el toreo caro de Urdiales se fundía con los deseos del riojano de rendir a la plaza que tantas tardes había intuido y paladeado retazos de arte puro y clasicismo. Faltaba materializar las ilusiones en una realidad. Faltaba la tarde rotunda.
Dos toros para hacerlo. El primero un encastado y exigente toro de la buena y variada corrida de Fuente Ymbro. Toro de embestida encendida, repetidora y pegajosa. Ya se vieron retazos en el capote de Diego con chicuelinas al paso y lances estimables. Soplaba un viento helador y molesto para poder templar al encastado y astifino toro. Había que estar ahí y echarle valor.
Cambió terrenos y al abrigo de las rayas y en terrenos de sol surgieron pases reunidos de calidad. La faena creció en unos naturales de frente suculentos. Una preciosidad. Los de pecho completos salpicados de trincherillas y ayudados por bajo precedieron a una gran estocada con rectitud y buena colocación. Una oreja sin discusión.
Salió el grandón y basto cuarto. No apuntó cosas buenas en los primeros tercios y parecía difícil que se produjera una faena lucida. Se llamaba "Hurón". El torero le enseñó a embestir en dos primeras series para entenderse ambos. Lo hizo a fuego lento. En un derechazo interminable el toro descolgó y aceptó entregarse a la mano baja y lenta de Urdiales. Y surgió el milagro. Tres series al natural excelsas. Los olés fueron de manicomio. El toreo salía del alma, sin técnicas ni métodos. A palo seco. La colocación perfecta y precisa. El encaje del cuerpo en cada muletazo. Las yemas sutiles volaban la tela con caída natural. El estaquillador cogido por el centro. El toreo con la bamba. La verdad y la pureza. Remates detrás de la cadera. Sabor, compás, torería. ARTE. Una obra magistral rematada con filigranas de trincherillas, desprecios y desplantes "pata negra". Pinturas para Roberto Domingo o fotos para el gran Canito.
Vi a Bienvenida en un desplante y en un remate rodilla en tierra. Vi a Paula en los naturales de frente con el pecho abierto y las zapatillas asentadas. Vi a Andrés Vazquez en la sobriedad elegante de su toreo. La torería, la pureza y el desprendimiento de la técnica para torear como se es y como se siente. Ni mas ni menos. Diego se vació por dentro para mostrarse en su plenitud torera.
Y Madrid se puso de rodillas porque vio torear de verdad y excelentemente. Otra estocada cobrada con rectitud y verdad. Y cayeron dos orejas de ley que se pasearon en dos vueltas apoteósicas que nadie quería que terminaran. Emocionar toreando es muy difícil. Enamorar toreando mas. Hacer feliz a tanta gente es casi imposible. Pues eso.
Diego Urdiales conquistó por fin la puerta grande de Las Ventas. La puerta de la gloria para los toreros. En la que se piensa por las noches. La puerta que sueñan los toreros en cada entrenamiento. Tocar el cielo y hacer feliz a muchos amantes del toreo. Lo más grande.
Atrás queda un año en el que casi ninguno se acordó de él. Sin contratos y fusilado por un sistema caducado que tiene que saltar por los aires ya. El triunfo de la paciencia, de la confianza en si mismo y en un concepto eterno que no está de moda pero que llega muy adentro para el que sepa de esto.
Enhorabuena y muchas gracias, TORERAZO!
Cumplió con la regla para los momentos de adversidad: serenidad, firmeza y tenacidad. ¡Muchas gracias Maestro!
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