Ha muerto D. Victorino Martín Andrés ( Galapagar, 1929). El viejo ganadero se apagó en su mítica finca extremeña de Monteviejo a los 88 años y después de más de medio siglo en la cúspide del toro bravo.
Pero han quedado muchas cosas que no morirán. Su gran ganadería que ya está en manos de su hijo, Victorino, y que continua el camino iniciado por el paleto de Galapagar, manteniendo intactas la casta, la bravura y personalidad de los albaserradas. Un continuador que se crió a los pechos de su maestro hasta que éste le dio la alternativa no hace mucho tiempo. Su hijo representa los valores de su padre y además es un gran defensor de la fiesta no solo con sus toros sino involucrándose en la difusión y en la defensa activa. Un embajador como lo fue su padre.
Han quedado los aficionados fieles a sus toros que se han divertido durante décadas y han quedado toreros capaces de triunfar con los cárdenos y otros deseando que un Victorino les cambie la vida porque los triunfos con ellos resucitan al más muerto.
Queda su legado y su defensa del toro. El decía; sin toro no hay fiesta, si se cae el toro se cae la fiesta. Y más allá la defensa activa de la tauromaquia que demostró toda su vida. Su mensaje y sus valores. La honestidad, la rectitud, el trabajo, la intuición que fue enorme y la fidelidad a una idea del toro bravo y encastado por encima de modas y pareceres. Una personalidad muy acusada y un temperamento valeroso para ir hasta el final. Un hombre de campo que de paleto e ignorante no tenía nada. Inteligente a rabiar y audaz para desde la nada sacar una ganadería del matadero y sin dinero hacerse con toda ella y llevarla a lo más alto. Un águila en los negocios y en las relaciones públicas. Sus saltillos le pusieron en el más alto caché y prestigio a él y por extensión, a otros. No tuvo baches ni altibajos, cosa milagrosa en la alquimia de ser ganadero de lidia. Un logro impresionante. La selección secreta en unas tientas de terror. Siempre arriba y cotizado. Un genio.
El secreto era crear un toro para el público y para el torero que tenga lo que hay que tener. Y el que no, a su casa. Con esa receta ganó el público. Y luego las empresas. Y los toreros. Y al fin la fiesta como él quería. Su sueño era ese porque ante todo era un magnífico aficionado.
Todo por y para EL TORO. El rey de la fiesta.
De la nada al todo. Qué mérito. Indultos en Madrid y en Sevilla. Nadie lo tiene. Salidas en hombros de Las Ventas, seis. Vueltas al ruedo a muchísimos toros y decenas de indultos más. Premios, reconocimientos y aclamación popular en todo el orbe taurino. Y así desde 1960 hasta ayer. Tiene bemoles la cosa..
Los números están ahí y son los que son. Y que hablen los toreros. Muchos reconocen que con un toro de su hierro hicieron la faena de su vida , la que más les dio interiormente o la que les puso a funcionar. O los especialistas que muchos lo fueron y se consagraron con Victorino para la eternidad. Y que hablen los públicos que se divirtieron sin comer pipas en cientos de festejos. Como en aquellos sanisidros que tras un mes de descaste, la corrida de Monteviejo te reconfortaba plenamente. Siempre nos quedará Victorino.
Nos ha dejado el creador del toro humillador, bravo, listo; el de la alimaña montaraz.
El ganadero más listo que hubo en la historia. Y el mejor de la era moderna y quizá de la historia.
Ha muerto Victorino, quedan continuadores fiables de su obra, queda su legado a la raza del toro bravo y su recuerdo en la sonrisa de oro, el puro y la gorra campera.
Hasta siempre paleto. Que Dios le tenga en su gloria, y gracias por tanto.
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