Casi un cuarto de siglo de figura máxima del toreo y muchas comparecencias en Madrid. La relación con el público más exigente no ha sido ni mucho menos de amor. El Juli ha sufrido mucho en Madrid y en muchas tardes la plaza le habia pesado como una losa. En otras salía angustiado e incómodo. Alguna que otra vez ha sido robado por un palco ladrón y otras medido con injusticia por una parte del integrismo que odia su forma de torear y censura sus formas.
Lo cierto es que ayer la historia cambió. Venia el madrileño de arrasar en la feria de Sevilla de donde salió triunfador de la feria de Abril. Sumó la séptima Puerta del Príncipe. Y su tarde fue esplendorosa.
Su primer toro de Conradi fue una preciosidad muy en tipo buendía. Y con el capote le toreó con primor en el recibo y con exquisitas verónicas de manos bajas y medio capote. Parecían unos delantales. Con la muleta empezó con unos doblones perfectos y precisos. La faena prosiguió con series ligadas, limpias y rotundas. Remates por trincherillas y desdenes incluidos. Faena de veinte pases. El cárdeno derrochó nobleza y calidad. La última serie fue la más ajustada y subió la temperatura. Esta vez la estocada la ejecutó sin el feo "julipie". Se pidió una oreja con fuerza pero no la segunda. Faena perfecta pero tal vez faltó más ajuste para que se hubiera pedido la segunda.
Opiniones divididas de si era de dos o no. El caso es que la plaza se guardó el pañuelo cuando se concedió una. Aun así una faena de oreja de ley. De figura. Una dimensión extraordinaria mostrada del recibo al arrastre del toro.
Pero salió el quinto. Toro cinqueño, engatillado, astifino y serio. En los primeros tercios avisó de sus problemas y dificultades. Lidia compleja. Cuando se quedó solo con la muleta nadie atisbaba faena lucida. Tanteos iniciales con dos coladas aviesas una por cada pitón. El toro se vencía descaradamente cuando se venia de largo. Y el Juli acortó la distancia. Se colocó perfecto y empezó a desengañar al toro con pases de uno en uno. Con la derecha le robó dos derechazos mandones y por abajo y despertó la plaza. Cambió a la zurda y empezó a dar naturales lentos, larguísimos; casi circulares. A cámara lenta. Interminables. Ligando con forzados de pecho rotundos. Y la plaza no oleó sino berreó. Aquellos muletazos los había dado con el alma. Girando la cintura hasta el máximo. Conduciendo las embestidas hasta el infinito tan despacio... La última serie fue otra exhibición de lo mismo con el toro podido y entregado a los pies de un MAESTRO del toreo. Una creación de faena que nadie había imaginado cuando tocaron a tercio de muerte. Solo su cabeza y su alma atisbaron ese fondo en el toro. Y lo quiso hacer. Y se inventó la faena de su vida en Madrid. La plaza se caía. Que explosión de emoción y admiración tan unánime. Ni los reventadores oficiales de Julián pudieron abrir la boca. Madrid rendido a los pies de un torero de época.
Pero quedaba la guinda; matar al toro. Y no hubo remate a la histórica obra. Dos pinchazos y descabello le esfumaron las dos orejas. No fue nunca su fuerte. A veces no se explica que un catedrático no domine una cosa tan importante para la profesión. Lo cierto es que se fue un poco de la suerte volviendo a las andadas julipiescas. Y se puso nervioso. Y se acabó el sueño de la foto con las dos orejas en la mano. Cabizbajo se fue a las tablas donde se refugió para llorar roto por el error y por el vacio que sentía después de dar una lección para la historia. Estando rico y con todo conseguido lloraba desconsolado como si fuera un novillero.
El Juli emocionado dió una vuelta al ruedo clamorosa entre lágrimas con un berrinche de niño. Que amor propio y que raza de figurón. Y que bonito ver llorar a un hombre que acarició el sueño más bonito y por un pinchazo se quedó con las manos vaciás. La crueldad más atroz después de torear así.
Lo que ha quedado por encima de las orejas y la puerta grande es una faena para la historia de la plaza. Una de las cumbres de la carrera de un torero histórico. Unos naturales para la eternidad de los que no se borrarán de la memoria de los aficionados que los vieron.
Ayer escribió una página en la historia de oro de Las Ventas. Una cumbre absoluta sin rematar con el acero. Cruel y real. Asi es la puñetera vida.
El Juli se exhibió toreando. Dominando. Sintiendo su emoción y contagiando el sentir a veinticuatro mil almas. Vaciado y entregado hasta el máximo. Y lloró lágrimas de hombre y de torero...
No hay comentarios:
Publicar un comentario