lunes, 11 de febrero de 2019

ROBERTO DOMINGUEZ; EL ESTILISTA DE VALLADOLID.



ROBERTO DOMINGUEZ; Valladolid (1951) fue uno de los mejores toreros de una época de grandiosos toreros. Esa década de los ochenta donde se juntaron un grupo de figuras y no figuras de gran categoría. La segunda fila de aquella década daba sopas con hondas a muchas figuras de hoy.
La carrera de Domínguez fue irregular y fueron los años los que fueron haciendo a fuego lento a un gran torero. Su tío Fernando, sobrio torero castellano fue su impulsor y maestro en los inicios.
Roberto llegó a ser figura del toreo en sus últimos años. En la madurez surgió el toreo imperial de Domínguez. Elegante y con porte siempre. Poderoso y clásico. Muy barroco y torero siempre. Y mas chulo que un ocho. Serio y haciendo gala de una torería castellana. Personalidad y sello propios.
Quedan en la memoria faenas espléndidas con profundidad y cintura. Aquella a un Victorino en su encerrona en Las Ventas en 1989 fue antológica. Muletazos de altos quilates llenos de autoridad, mando y una elegancia sublime.
Fue rey de Despeñaperros para arriba. Plazas del norte del toro grande. Mató de todo y muchas duras. De Jaen para abajo no le hicieron ni puto caso. Era más sevillano que muchos que con "carnet hispalense" gozaban año a año de su puesto en su Maestranza. Y mas poderoso y mas torero. Pero la guasita provinciana del sur con los toreros de Castilla estaba en auge.


En Madrid fue respetado al final. Le dieron duro. Le criticaron su forma de descabellar. Decían que era un payaso que hacia un numerito. Pero Roberto ejecutó la suerte del descabello con una estética añeja, una precisión de cirujano y con una puesta en escena como nadie jamás lo hizo en la historia. Muchos deseábamos que pinchara para verle preparar al toro moribundo con esos doblones sobre las piernas y en la cara haciendo una hipnosis total. Sacaba el brazo desde atrás y como una escultura de Benlliure aguardaba el momento de dar un seco golpe que atronaba. Era digno de ver.


Sus formas depuradas, castellanas, clásicas y elegantes le granjearon fama de estilista refinado. Pero era mandón y poderoso. Y cuando se enfadaba se imponía con valor a toros con toda la barba. Eso no era todas las tardes y por eso su carrera tardó tiempo e despegar. El descabello elevado a suerte de la lidia. Estilo imperial y personal.
Su educación universitaria como arquitecto le alejaban del estereotipo clásico de torero iletrado. Fuera del ruedo gustaba de alejarse del mundillo. Se retiró y juró no volver. Y lo cumplió. Ni una más.
 


 Tras su retirada apoderó a El Juli durante once temporadas donde ambos se retroalimentaron y crecieron en prestigio y dineros. Una labor impecable que llevó con su discreción y seriedad habitual. Cultura discreta y finas maneras dentro y fuera de la plaza. Condujo la carrera del madrileño con mucho acierto.

Alejado de los focos y los entornos del taurineo Roberto puede presumir de haber sido figura en tiempos de grandiosas figuras.
Valladolid, tierra de toreros finos tiene en Domínguez su máximo exponente. Los toreros castellanos también crearon una escuela en el arte y el clasicismo. Roberto Domínguez fue un maestro de Castilla.