viernes, 20 de mayo de 2016

UNA LECCION DEL GRAN MAESTRO DON ENRIQUE PONCE


Y llegó el maestro D. Enrique Ponce. El torero de Chiva con veintisete temporadas a sus espaldas de matador volvía a Madrid. Con la misma figura que cuando debutó de novillero allá por finales de los ochenta.
Pero con la misma ilusión de aquellos lejanos comienzos afrontó la tarde el maestro. Parecía él, el confirmante de alternativa.
Su primer toro fue grande y serio. Y con buen comportamiento en el caballo. Le recibió con unas mecidas verónicas acompasadas con la cintura y una media clásica y preciosa, a la cadera.
Bregó él dirigiendo la lidia con medida y sapiencia. Sutiles y justos los capotazos.


La faena fue un prodigio de sabiduría, elegancia, sutileza y técnica. Los doblones de inicio soberbios. Ajustados, largos, enjundiosos. De un sabor enorme.
Con la derecha surgieron muletazos caros, acompasados, la figura relajada, la cintura cimbreante acompañando las embestidas que templó con una suavidad solo al alcance de los privilegiados. Se colocó en la distancia precisa. Cargó la suerte citando con el pecho y echándole la bamba de la muleta. Con la zurda iba menos entregado el toro de El Puerto y le fue consintiendo poco a poco sacándole naturales de mano baja y rematados detrás de la cadera. Sonaron esos olés rotundos de Madrid y Ponce no cabía de gozo en la chaquetilla. Le vuelve loco a cualquier torero escuchar rugir los tendidos venteños. Los cambios de mano marca de la casa y los remates de pecho fueron de cartel. Una faena con esquema. Planteamiento, nudo y desenlace.


Había administrado las fuerzas del toro con primor. Sin tirones y con temple. Con pausas entre las series y entrando y saliendo de la suerte con andares de torero caro. Dosificando al noble toro al que hizo mejor. Sonó el aviso y seguía toreando y sintiéndose en Madrid. La plaza con él y él con la plaza. Ayer hubo comunión. Pinchazo y estocada. Se esfumó la oreja. Pero ahí quedó la mejor faena de la feria hasta ahora.

Con el cuarto( tris) poco pudo hacer. Un sobrero feo y sin cuello de Valdefresno con pinta de bisonte. Pero Enrique le buscó las vueltas por ambos pitones poniéndose de verdad y mostrando que no había nada que rascar. Terminó macheteando con majeza y con sabor de otra época. Toreando por la cara con reminiscencias de Domingo Ortega. Que afición tiene este hombre. Con su veteranía y el rato que se pasó buscándole pases imposibles a ese cuarto. Esta vez mató por arriba de estocada y la ovación desde el tercio volvió a ser rotunda. Madrid había contemplado una lección del gran maestro.
Enrique Ponce ayer nos deleitó con su toreo. La inteligencia, la facilidad, la técnica y el valor de este torero no tienen límites. Ni su afición, su amor propio. Ni su elegancia natural, la armonía, la suavidad, el temple de unas muñecas únicas. El conocimiento total del toreo y la experiencia de más de cuatro mil toros hacen de Enrique Ponce un maestro consumado del arte de la tauromaquia.
Ayer Ponce dictó lección en la catedral. Una más. No se retire usted maestro...



 

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