miércoles, 22 de febrero de 2017

SER FIGURA DEL TOREO, CASI UN MILAGRO.





Así reza un lema en la escuela taurina de Madrid, colgado a la entrada de sus instalaciones. Una gran verdad.

Y es que ser alguien en el toreo es muy dificil. Pero llegar a ser figura es un milagro.

Lo primero que tiene que tener una figura es valor para torear quieto. Y valor para poder pensar delante del toro. El conocimiento de la técnica de forma completa.

Una afición desmedida es otra base importante. Querer superarse y vivir para la profesión con entrega absoluta. El amor propio y la ambición.

Pero sin inteligencia no se puede ser figura. Los grandes toreros de la historia destacaron por una gran inteligencia natural. El saber ver a cada toro, aplicarles a cada uno lo que necesitan en cada momento. Las distancias, las querencias , el tacto con los trastos y el sentido de la medida en cada momento. Inteligencia para conectar con el público. Sentido de la escena y del espectáculo. Capacidad para captar la atención del aficionado exigente y del gran público.

El sentido de la responsabilidad para estar bien siempre y no esconderse nunca, ni en las plazas más pequeñas. El amor propio y el espíritu de superación. La raza es propia de las figuras. Sacar pecho en las tardes malas y con los toros más complicados e imponerse. Ser dominador del miedo y la presión del toro y del público. Eso cuesta un mundo y m´ñas hacerlo todos los días. La regularidad en el triunfo es propia de los privilegiados en una profesión de desgaste mental y físico tan terrible.

Y por supuesto hay que tener una espada certera y acertada. Saber matar los toros por derecho es la llave final para ser figura del toreo. Y siempre la ayuda de la dichosa suerte tan necesaria en momentos claves.

Por eso ser figura del toreo es casi un milagro. Aunar tantas capacidades a la vez es casi imposible. Pero las ha habido y las habrá.

Las condiciones innatas de clase, arte o elegancia son importantes. Pero la raza, la afición , la entrega y la bragueta marcan la diferencia entre las máximas figuras y los demás. Y buenos toreros hay muchos a los que el aficionado paladea con deleite. Pero los grandes lo son por derecho propio.

Para tener fincas, cochazos y fama hay que pasarlas de todos los colores con el de la frente rizada y con el del puro que sentado en un tendido te examina de reválida cada tarde de feria grande. Hay que ponerse en el abismo después de tener el cuerpo abierto por las cornadas.

Con el toro no hay más verdad que la espada y la muleta.

Y es que en esta sociedad de falsos héroes e ídolos de papel se debe reivindicar la excelencia de las grandiosas figuras del toreo que hacen del toreo un arte sublime y sin igual.



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