Pablo Aguado es el torero de moda. Desde su tarde sevillana con cuatro orejas conquistadas hace una semana todo el mundo habla maravillas de él.
Ayer en Madrid cumplía su primer compromiso en San Isidro y la resaca de su gran actuación tiró con fuerza en la taquilla.
Expectación por verle junto a Ginés Marín y Luis David frente a una corrida de Montalvo. Centrándonos en Aguado y en sus dos toros vimos las carencias y capacidades de este sevillano de tardía vocación y cercano ya a la treintena.
En su primero, sobrero de Algarra fue volteado en un lance de recibo recibiendo una seria voltereta de la que salió magullado y lastimado en una rodilla. Toro grande y con dos pitones descomunales. Empezó la faena sin someterlo y llevándolo a media altura. El toro encastado pedia mando y dominio. Embestida descompuesta pero con emoción. En uno de los derechazos a media altura sin taparse ni adelantar la muleta fue cazado en una nueva voltereta terrorífica. Aguado se volvió a poner desbordado y sin muchas ideas. Lleva apenas quince corridas en su vida. Daba la sensación que era mucho arroz para él. Ya en la lidia con el capote se le vio con poco conocimiento. Sus picadores le recetaron bien a los de su lote para dejárselos sangrados y con los humos bajados. Aun así naufragó frente al cinqueño"algarra" al que liquidó de dos sartenazos infames a la altura del número. Examen duro para empezar.
Antes había lanceado en el toro de su compañero, a la verónica, con sabor y gusto en un quite arrebatado.
Después vino la faena de la catarsis. La que dicen que paró relojes y tiempos. La del temple infinito. La que hacia tiempo que no se veía. Hasta la plaza enmudeció en un silencio sepulcral cuando toreaba al sexto. Madrid se transfiguró en La Maestranza decían algunos.
Lo cierto es que hubo carteles sueltos exquisitos. Lo cierto es que toreó muy despacio a un animal ideal para ello. Hubo temple, lentitud, suavidad. Pero también hubo pico. Mala colocación fuera de cacho. Medios pases, muleta retrasada en la cadera y perfilerismo abusivo. Sensación de que faltó rotundidad. Profundidad y solidez. Conjunto de cosas sueltas selectas salpicadas de defectos notables.
Pero la plaza era un manicomio. Daba igual. Madrid se había transformado en Sevilla. Se guardaron las lupas esperando ver o imaginarse a Curro, Bienvenida o a Pepe Luis. Qué sé yo. Cada uno imaginaba sin examinar la colocación del pico o del torero. Eso hoy no se miraba. Oles de los de tarde grande. Gentes que oleaban antes de un enganchón a un soberbio cambio de mano.
El caso es que a poco que matara bien caerían las dos del tirón. Pero otra vez un sablazo que enguardió al Montalvo y una ración de pinchazos le privaron de la calle de Alcalá. Preocupante la imagen penosa de su espada.
Tal vez alguien deba decirle que eso es el toreo. Y que para triunfar en esto y ser figura hay que poder y torear antes de las posturas sevillanas. Indudable personalidad y gusto tiene. Pero indudables son sus carencias olvidándonos del apasionamiento y las camisas rotas. No le engañen que esto es muy difícil y duro como para encumbrar en dos tardes a un torero que no merecería después un cruel crucifixión pública. Casos hubo y habrá. Empezando por nuestro Señor.
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