ANTONIO FERRERA hace apenas quince días se cayó o tirò por un puente después de una noche "ajetreada". La noticia hacia presagiar que cortaría la temporada y que tal vez no vendría a sus tres tardes contratadas en Madrid. Nada se sabia.
Pero vino a Madrid sin aparentes secuelas de ningún tipo. La corrida era de Zalduendo, ganadería creada por el genial Fernando Domecq, fallecido el 19 de mayo.
Una circunstancia especial. Ferrera estaba muy unido a esa ganadería y a su criador desde sus comienzos como torero. Los toros lucieron divisa negra de luto. Lo cierto es que Zalduendo había sido vendida por Don Fernando hacia cinco años. La ganadería pasaba desde años por un bache de casta y fuerza.
Pero como de esto no entienden ni las vacas pues salió una tarde incalificable. Da que pensar. La Divina Providencia planeó toda la tarde por Las Ventas. Algo sobrenatural.
Zalduendos de ensueño y un Ferrera en estado catártico de inspiración y expresión.
No vamos a descubrir al extremeño ahora. Es un maestro consumado con casi cuarenta cornadas en su cuerpo y con una trayectoria impecable. Sus últimos años han sido esplendorosos en maestria y originalidad. Y demostrado una y cien veces su valor y su entrega con todo tipo de ganaderías.
Pues el sábado montó un lio histórico en Madrid. Su primer toro fue quitado del caballo con el quite de oro. Y con la muleta y tras brindar al cielo al ganadero finado, se inspiró al natural sin probaturas ni dudas. Naturales rotos, de mano baja, cuerpo desmadejado y desmayado. Caricias suaves de mano a rastras. La plaza se volvió loca ante una faena fuera de cánones y técnicas. Toreó como le salió del alma. Sin esquemas ni programas. Fueron surgiendo derechazos sin espada con la muleta a rastras, unos excelentes. Otros tropezados. Unos pasando cerca el toro y otros por allá. Con la espada o sin ella. Daba igual. No era día de lupas. Se notaba que Ferrera estaba en trance y la plaza se subió al carro del éxtasis. Toro dulce y noble que a veces salía sueltecito pero metiendo la cara con largura y franqueza. Cambios de mano y pases de pecho preciosos abrochaban las series salidas del alma profunda. Un artista inspirado en estado de gracia. Una faena suigeneris.
Pero allí no acabó la obra maestra. Faltaba la firma a tan incalificable faena. Y Antonio se puso a mas de quince metros para matarle recibiendo. Se vino el toro andando despacio y allí esperándole Ferrera impávido le enterró el espadazo caído para después darle cinco naturales soberbios con la espada dentro y posterior desplante de rodillas con el toro dando las últimas boqueadas. Recordó a Julio Robles que lo hacia en sus epílogos. Un guiño a otros tiempos pasados. El presidente le negó la segunda oreja en una penosa decisión. Oreja y dos vueltas clamorosas.
En el cuarto un mansito encastado y noble volvió a estar esplendoroso. Con paciencia le fue metiendo en la muleta con aroma y regusto barroco. Hubo trincheras preciosas. Derechazos largos. Toreando con el cuerpo. Cimbreando la cintura. Improvisaciones constantes. Inspiración sobrenatural. Lo que le surgía en su cabeza. Sin seguir las normas. A su aire. La plaza estaba loca. Daba igual. Otra faena original y con personalidad. Se jaleaban la torería y las ocurrencias. Entre algún enganchón salía un muletazo eterno y sublime. Unas veces fuera de cacho, y otras dando el pecho. Otra estocada recibiendo que tiró al buen toro patas arriba. Y esta vez si. Las dos orejas que sumaban tres. Rompió la feria y los esquemas de lo preestablecido y previsible. Genial su tarde. Una obra salida del alma. Su segunda puerta grande de Las Ventas en veinte años de matador.
Solo él sabe lo que pasó el 13 de mayo por su cerebro o por sus venas para tirarse al Guadiana. Por lo visto el torero ha salvado al hombre. Su toreo mas desnudo, mas descarnado, mas sincero y mas roto impresionó a todo el Toreo. Abandonado de presiones toreó como le dictó su alma y su corazón de artista. Un torrente desbordado de emoción. Muy difícil de explicar y casi de entender. La grandeza de un torerazo en dos toros. El resumen de un maestro maduro y desmadejado. Rindió Madrid toreando como le dio la real gana.
Fernando Domecq y las deidades bajaron del cielo para hacer resurgir a Ferrera desde la oscuridad de la desesperación. Como en el milagro de Lázaro, Ferrera se levantó de sus cenizas y voló al cielo de Madrid donde tocó la gloria en una tarde para la historia.
Dios existe; Ferrera lo bordó y los zalduendos embistieron.
Una ascensión torera y personal en la víspera de La Ascensión de Nuestro Señor....
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